A finales del siglo XIX Leopoldo II, rey de los belgas empezó a mostrar interés por la región bañada por el fio Congo tras largas y laboriosas negociaciones internacionales colocó aquellos territorios bajo su autoridad.
Aquel inmenso territorio, de unas 900000 millas cuadradas se convirtió en una propiedad partículas de Leopoldo, y no en una colonia de Bélgica. El Congo poseía cucho y marfil, pero se requería mucho capital para su explotación. Leopoldo constituyó una sociedad y empezó a vender acciones. La explotación del Congo era muy provechosa, pero ejercía con gran rigor sobre los indígenas.
Regiones enteras fueron puestas a parte, en calidad de monopolio absoluto de la sociedad. Los indígenas fueron obligados a trabajar y tratados con gran dureza. La explotación del Congo belga se convirtió en un escándalo internacional. Menudearon hasta tal punto las protestas, que el rey Leopoldo se vio obligado finalmente a poner a su colonia bajo la tutela del gobierno belga
En su prisa por obtener rápidos beneficios, los belgas destruyeron los arboles de caucho sin tomar ninguna medida de repoblación. No obstante, aquellas tierras tenían otras riquezas representadas por el oro, los diamantes, el cobre, el aceite de palma, el cacao, el arroz, el algodón, y la madera. Hoy en día, el antiguo Congo belga tiene gran importancia porque posee el mayor depósito conocido de uranio.
El gobierno belga mejora mucho la condición de los indígenas y el tratamiento que se les daba. Hoy en día el Congo es una de las pocas regiones de África que existen obreros especializados indígenas
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